Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar

Capítulo 2: El último gigante al sur del mundo.


Por Marta Pino Larrío

Le faltaban dos meses para cumplir veinte años cuando en 1840 Walter Mantell, hijo de los geólogos y paleontólogos Mary y Gideon Mantell, pisó por primera vez las costas de Nueva Zelanda. Con toda probabilidad lo hizo con la idea de que estaba llegando a una tierra virgen y desconocida, aún por conquistar; había sido atraído, como otros jóvenes de su generación y nacionalidad, por la New Zealand Company, una empresa cuyo cometido consistía en colonizar Nueva Zelanda y convertirla paulatinamente en “una nueva sociedad británica”. Tras probar suerte como granjero pasó por varios empleos en despachos y oficinas y, finalmente, fue contratado como comisionado para la extinción de títulos nativos en la Isla Sur.

Bajo este rimbombante título la tarea de Mantell consistía en agrupar y designar trozos de tierra (a razón de diez acres, o poco más de cuatro hectáreas por cabeza) para la creación de una reserva para los Ngai Tahu, nativos del lugar. Tenía instrucciones de convencer a este pueblo de agruparse lo más posible para ocupar el mínimo espacio dentro de la provincia neozelandesa de Canterbury, comprada por el escritor y político Henry Tacy Kemp. Aunque al principio realizó este trabajo con cierta alegría, dado que esperaba un futuro ascenso, más adelante, ya de vuelta en Inglaterra, comenzó a preocuparle la idea de que no se concediera a los Ngai Tahu todo lo prometido por sus tierras, cosa que, efectivamente, ocurrió. Mantell se arrepintió de lo que había hecho, regresó a Nueva Zelanda y se convirtió en un político defensor de los derechos de los nativos.

Una infancia junto a Gideon y Mary Mantell había transformado a Walter en un naturalista nato. Y no sólo eso: le había puesto en contacto, ya desde niño, con gente como Charles Lyell, respetado geólogo británico y creador del primer mapa geológico completo de Gran Bretaña, y Charles Darwin, famoso naturalista y autor de El Origen de las Especies. Pero la asociación que nos ocupa aquí hoy es la que tuvo con el paleontólogo Richard Owen, superintendente del departamento de Historia Natural del Museo Británico.

Richard Owen es una de las figuras estrella de la paleontología. Fue un importante experto en su campo, descubridor de multitud de especies extintas y creador de la palabra “dinosaurio”. Más adelante, sería también el fundador del Museo de Historia Natural de Londres.

La vocación naturalista de Mantell hizo que, aprovechando su empleo, gracias al cual recorría el país en toda su extensión, se afanase en recolectar especímenes fósiles. Entre ellos encontró una gran cantidad de huesos de una especie endémica de Nueva Zelanda: el moa o ave moa, un ave gigante y no voladora que había habitado las dos islas (Norte y Sur) entre trescientos y quinientos años antes. El moa había sido la segunda ave más grande de nuestro tiempo (es decir, que había llegado a ser coetánea del ser humano), solamente superada por el pájaro elefante, otra criatura gigantesca oriunda de Madagascar que, al igual que el moa, tenía aspecto de avestruz y no podía volar.

Imagen 1: El Extinto Moa gigante, Megalapteryx didinus. Fotografía de George Edward Lodge. Fuente: goodfreephotos.com (https://www.goodfreephotos.com).

Estos huesos terminaron, correo mediante, en manos de Richard Owen, a quien Walter Mantell envió colecciones enteras de especímenes que él mismo había recogido a lo largo y ancho de Nueva Zelanda. Concretamente, las numerosas cajas de huesos de moa que Owen acabó recibiendo habían sido obtenidos en 1847 de la excavación de Waingongoro, en la región de Taranaki, durante los viajes de Walter por la isla en busca de tierras que comprar.

El suicidio de su padre en 1852, antes de que el envío de Walter llegara, impidió que aquel pudiera admirar los últimos fósiles hallados en Waingongoro; pero el hijo continuó su relación profesional con Owen, que dio como resultado la reconstrucción del esqueleto de moa más grande encontrado hasta ahora, concretamente de la especie Dinornis elephantopus.  

Desde entonces, el moa de Nueva Zelanda ha sido objeto de numerosas investigaciones y se han descubierto decenas de especies que actualmente se han reducido a once. Estas once especies están distribuidas en seis géneros diferentes, de los cuales Dinornis, como se ha dicho anteriormente,es el más grande. La hembra de Dinornis era sensiblemente mayor que el macho: no solamente el doble de alta, sino que también su peso era tres veces mayor. Hablamos de un ave de hasta 1,9 m de alto y que llegaba a pesar 230 kg.

Exceptuando las crías, que en ocasiones eran presas de otra ave llamada águila de Haast, no tenía enemigos naturales, y se ha descubierto, por la forma de las patas y la manera en que sus dedos están colocados, que no era capaz de correr. Pongamos como ejemplo al avestruz: un ave corredora que camina sobre dos dedos. Va de puntillas, como si intentase apoyar la mínima superficie de su cuerpo en el suelo, y el hecho es que está evolutivamente preparada para hacerlo.

Imagen 2: En los pies del avestruz únicamente se aprecian dos dedos. Junto a la posición de sus patas y la longitud de sus fémures, tiene la morfología típica de un animal corredor. Fuente: pixabay.com. Autor/a: InspiredImages.

El moa no tenía los pies del avestruz. Sus patazas robustas, con fémures cortos y pies con tres dedos gigantescos le ofrecían un perfecto apoyo para caminar tranquilamente, pero nada de carreras.

Y por esta razón sucedió lo inevitable. Por un lado, tenemos un animal herbívoro de doscientos kilos, incapaz de correr y con nulas defensas con excepción de su gran tamaño y quizá algún picotazo si se le molesta mucho. Por otro, un montón de maoríes, nativos de Nueva Zelanda, deseando darse un banquete. El resultado es obvio: en algún momento entre los siglos XV y XVII desapareció el último ejemplar de moa. Ni una sola especie quedó viva. Es lo malo de ser un gigante bonachón sin modo alguno de defenderse. Pero, ¿cómo llegó el moa a residir únicamente en Nueva Zelanda? ¿Por qué no hay moas en Australia?

La respuesta está en la Geología. Nueva Zelanda estuvo, en el pasado, pegada a Australia. En realidad, el territorio que la conforma no comenzó a separarse de Australia hasta hace 82 millones de años, durante el Cretácico superior. Una barrera que separase ligeramente ambos territorios sería un problema para un animal terrestre, pero no para uno volador. Por ello, el profesor Matthew J. Phillips, junto con sus colegas Gillian C. Gibb, Elizabeth A. Crimp y David Penny hablaron en su artículo de 2009 acerca de cómo el antepasado del moa era un animal volador que probablemente iba de un territorio al otro hasta que la distancia entre Australia y Nueva Zelanda fue demasiado grande como para hacer el viaje. Los individuos que habían quedado aislados en Nueva Zelanda acabaron, por acción evolutiva, perdiendo su capacidad de volar y dando así origen al moa. Aquellos que permanecieron en Australia evolucionarían dando lugar a animales distintos. Pero esa es otra historia.

Ahora bien, la orografía actual de Nueva Zelanda es el resultado de eventos geológicos relativamente recientes. Hace 25 millones de años, un choque entre placas tectónicas que los geólogos han llamado “orogenia Kaikoura” dio origen a los Alpes del Sur. La placa Pacífica empujó de modo constante a la placa Indoaustraliana, de manera que ésta se comprimió e hizo que la isla, que en aquel momento estaba casi completamente bajo el mar, emergiese de las aguas hace 15 millones de años. Hoy en día la orogenia Kaikoura continúa, y además en los últimos 5 millones de años la velocidad de elevación de los Alpes del Sur ha aumentado sustancialmente.

Imagen 3: El monte Cook, la montaña más alta de Nueva Zelanda, forma parte de los Alpes neozelandeses o Alpes del Sur. Fuente: pixabay.com. Autor: Simon.

Lo interesante de esto es que se hicieron análisis de ADN mitocondrial del Megalapteryx, un género de moa un poco más pequeño que el Dinornis del que hablábamos antes, y se ha visto que el momento de la aparición del primer Megalapteryx coincide con un período de aceleración del levantamiento de los Alpes del Sur, hace 5,81 millones de años. ¿Podría significar esto que, al levantarse las montañas, un grupo de antepasados del moa, seguramente ya incapaces de volar, quedó aislado y evolucionó hasta dar lugar a nuevas especies? Desde luego, no suena descabellado… y los datos apuntan a ello.

Muchos otros cambios geológicos se sucedieron desde aquel entonces en Nueva Zelanda. Hubo un hundimiento de la isla que provocó la extinción de muchas especies, pero que no llegó a extinguir a todos los moas. Emergió la isla Norte, separada de la isla Sur por el estrecho de Manawatu. Tras esto, se produjo una radiación (una rápida diversificación de diferentes especies) de moa. Aparecieron nuevas especies de Dinornis y también de Pachyornis, otro tipo de moa distinto. El estrecho de Manawatu se cerró más tarde y muchas especies de moa cruzaron de una isla a otra. Tras aquello, se formó el estrecho de Cook, que hoy en día separa ambas islas, por lo que estas especies quedaron aisladas unas de las otras de nuevo. Con tanto cambio es normal que el moa se diversificara, y que hubiera desde especies pequeñas a animales de casi dos metros de alto. Todo esto hasta que los maoríes acabaron con ellos.

Esta radiación del moa de la que hemos hablado no es algo raro. Aparentemente, cosas muy similares han ocurrido en otras especies que habitan las islas. Los gansos moa-nalos de Hawaii, actualmente extintos, experimentaron radiaciones parecidas, y lo mismo los pinzones de Darwin de las Galápagos. Es típico de especies que se encuentran aisladas en lugares pequeños, como islas, y se especializan para ocupar un nicho ecológico, un “sitio” dentro de su ecosistema. Es más: estudios recientes han demostrado que el moa y el famoso kiwi de Nueva Zelanda están emparentados, así que no es difícil imaginar hasta qué punto se pueden diversificar las especies si el ambiente es propicio.

Y hasta aquí la historia del ascenso y caída de una de los animales que más han fascinado a científicos de todo el mundo, pese a que los maoríes, incluso hoy en día, se desentiendan de ella. Ningún maorí se tatúa moas, aunque su arte esté íntimamente ligado a la fauna neozelandesa, por considerarlos nada más que “comida”. Sin embargo, desde los primeros envíos de restos fósiles de moa a Richard Owen en 1839 hasta hoy en día, este animal ha alimentado la imaginación (y los artículos científicos) de decenas de paleontólogos, ha aparecido en libros, cómics y videojuegos y se ha convertido en todo un símbolo de Nueva Zelanda.

Aunque Walter Mantell no triunfó en su patria de origen, sí se ganó el respeto de científicos y aficionados a la ciencia neozelandeses. Se codeaba de forma habitual con otros “cazadores de moas”, como William Colenso, Julius von Haast (el del águila de Haast antes mencionada) y James Hector; y durante las eventuales ausencias de este último, ejercía como director del Servicio Geológico y del Museo Colonial.

Descubrió y nombró al Notornis mantelli, un ave neozelandesa comúnmente conocida como calamón takahe de la Isla Norte, y que se extinguió. Fue habitual de importantes sociedades del país como la Wellington Philosophical Society y el New Zealand Institute. Además, donó al Museo Colonial de Wellington (hoy en día llamado Museo de Nueva Zelanda Te Papa Tongarewa) la colección de su padre, incluyendo el diente de Iguanodon que había llevado al descubrimiento del dinosaurio. Falleció en Wellington en 1895, a los 75 años.

Imagen 4: El Porphyrio hochstetteri, comúnmente conocido como calamón takahe de la Isla Sur, es un ave no voladora endémica de Nueva Zelanda, emparentada con el calamón takahe de la Isla Norte descubierto por Mantell. El takahe actual es más pequeño y está en peligro de extinción. Fuente: Flickr.com. Autor/a: Flint|Foto.

En cuanto a Richard Owen, es hoy en día uno de los más respetados paleontólogos de toda la Historia, aunque su figura tiene tantas sombras como luces. Era un hombre infatigable, un científico con una curiosidad voraz y un auténtico maestro de ceremonias capaz de convencer a todo un imperio de la importancia de sus descubrimientos; pero también fue una persona con dinero a quien no le importó lo más mínimo atribuirse los esfuerzos y descubrimientos de otros compañeros (y compañeras) de profesión con menos medios o contactos que él.  Finalmente, en Gran Bretaña fue Owen quien se llevó todo el mérito por el descubrimiento del moa. Años más tarde, el mismo Walter Mantell dijo de él que «ha cometido errores y tropiezos considerables en su búsqueda del renombre en lugar de la verdad».

Ahí está la historia para quien quiera investigarla. Juzgad vosotros.

Imagen 5: Richard Owen junto al esqueleto del Dinornis maximus (el extinto moa de Nueva Zelanda). Fotograbado de 1877. Fuente: Wellcome Collection.

Si quieres estar informado de todas las novedades y noticias de Ariki Travel, puedes apuntarte a nuestra Newsletter en la parte baja de la web www.arikitravel.com, o bien seguirnos en las distintas redes sociales: Facebook, instagram y/o Linkedin

¡Esperamos veros muy pronto!

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: