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Capítulo 4: Huaynaputina: el volcán que se enfrentó a Felipe III de España, al último emperador Ming y destronó al Zar de Rusia.


Por José F. Albert –  Dr. en Ciencias Geológicas.

Haynaputina (foto: INGEMMET- Perú)

El emperador Carlos reinaba en las Españas. Con la entrada de las tropas de Francisco de Pizarro en la ciudad de Cuzo en 1534 se puso fin al imperio Inca y en 1542 la Corona Española creaba el Virreinato del Perú.

Dos años antes, el 15 de agosto de 1540, se fundó por orden de Pizarro, al sur del actual Perú,  la ciudad Villa Hermosa de Nuestra Señora de la Asunta. Este núcleo poblacional, por cédula real del emperador Carlos de fecha 22 de septiembre de 1541, pasó a denominarse Ciudad de Arequipa.

En esas fechas el explorador y cronista español Pedro Cieza de León escribe: “…en lo tocante a la fundación de Arequipa, no tengo que decir más de que cuando se fundó en otro lugar, y por causas convenientes se pasó adonde agora está. Cerca de ella hay un volcán, que algunos temen no reviente y haga algún daño. En algunos tiempos hace en esta ciudad grandes temblores de tierra….”

En realidad en las cercanías de Arequipa no hay un volcán, sino siete (fig. 1). Monstruos que rondan los 6.000 m de altura, pero Pedro Cieza de León se refería al cercano Misti, que preside el paisaje de la ciudad (figs. 2 y 3).

Fig. 1.- Los 7 grandes volcanes de Arequipa (Google Earth)
Fig. 2.-  Los tres grandes volcanes cercanos a Arequipa (foto del autor)

La inestabilidad andina comenzó a manifestarse con rapidez y los cronistas de la época dejaron constancia de ello: el primer terremoto importante llegó en 1555, pero el realmente destructivo tuvo lugar el 22 de enero de 1582 y dejó la ciudad en ruinas.

El 13 de septiembre de 1598 moría en El Escorial el prudente Felipe II y heredaba el trono de las Españas Felipe III, fruto de su matrimonio con Ana de Austria, pero a la Pacha Mama, la Madre Tierra de los pueblos andinos quechuas y aymaras, el acontecimiento le dejó indiferente y siguió rugiendo. En 1599 se produjo otro terremoto con epicentro en la costa que afectó también a Arequipa. Todos estos desastres comenzaron a hacer mella en el ánimo general de sus habitantes, sobre todo en la población indígena que comenzaba a creer que todos aquellos desastres acontecían por la presencia de los españoles y del nuevo Dios que les imponían, frente a su tradicional culto a la Pacha Mama.

Las órdenes religiosas que se establecieron en Perú y, concretamente, en Arequipa, fueron los dominicos, franciscanos (controlaban la Inquisición), mercedarios, agustinos y jesuitas. En el S. XVI, tanto los edificios civiles, como los conventos, iglesias y casas en general estaban construidas de adobe y techadas con paja, por lo que resultaban presa fácil de cualquier fenómeno geológico.

La economía se basaba en la agricultura (viñedos y trigo) y la ganadería  (llamas, alpacas y animales traídos de España: ovejas, vacas, caballos, asnos y mulas). Hacia finales del S. XVI la caña de azúcar y el olivar completaban el escenario agrícola.

Pero el 19 de febrero de 1600 se despertó la furia de uno de los siete volcanes de Arequipa, el más alejado (77 km al Este de la ciudad) y también el que pasa más desapercibido, porque tiene solo 4.850 m y carece del típico edificio troncocónico de los estratovolcanes.  Dado que la erupción afectó tanto a Arequipa como a los pueblos indígenas circundantes, y el Huaynaputina no es visible, algunos cronistas de la época creyeron que se trataba del Misti, el gran gigante triangular que preside el paisaje de Arequipa (fig. 3).

Fig. 3.-  El volcán Misti (5.822 m) y la ciudad de Arequipa (foto del autor)

La erupción del Huaynaputina (huayna = joven;  putina = volcán en quechua) se considera la mayor erupción andina en época histórica y una de las mayores del mundo en los últimos 2.000 años, similar a la del Tambora de 1815 o  del Krakatoa de 1883, con un VEI = 6.  Las crónicas de la época nos dicen que las cenizas llegaron a Lima, a La Paz (Bolivia ) y a Chile (Santiago y Arica)…pero, como veremos más adelante, la realidad fue  más dramática.

Los testimonios de los supervivientes recogidas por el jesuita Bernabé Cobo, entre otros cronistas, nos dicen que  la erupción fue precedida de cuatro días de intensa actividad sísmica. El día 19 de febrero del año 1600 por la mañana, tuvieron lugar dos fuertes terremotos a las 11 y a las 13 h que precedieron a la erupción. A las 17 h de la tarde, una violenta explosión dio comienzo a una impresionante erupción pliniana que generó una columna eruptiva que alcanzó unos 35 km de altura con sus correspondientes y peligrosísimos flujos piroclásticos. Este paroxismo duró 19 horas, hasta el mediodía del día 20.

Las referidas crónicas cuentan que el cielo oscureció por efecto de un “humo negro“ cayendo la noche sobre Arequipa, así como una lluvia de cenizas blancas y piedra pómez que hundió los techos de muchas casas. Solo los relámpagos que se generaban en la densa columna eruptiva por electricidad estática iluminaban la ciudad y el ruido era “similar al fuego de artillería”. La población, tanto  española como indígena,  estaba aterrorizada, en particular esta última que se terminó de convencer que la Pacha Mama se sentía ofendida por la presencia de los españoles y de su nuevo Dios impuesto por los frailes que abundaban en la ciudad.

En la base del cono antiguo del Huaynaputina se abrió una fisura desde la que se emitió una colada de lava “que alcanzó un área de 12 leguas (≈ 65 km²) abrasando cuanto topaba, de manera que dejó los árboles hechos carbón y la tierra por donde pasó, cocida y tan dura como una peña”. Desde el cráter se proyectaban bombas volcánicas hasta unos 5 km “del tamaño de dos botijas peruleras” y otras más lejanas “del tamaño de la cabeza de un hombre”

La pluma eruptiva y la correspondiente caída de cenizas fue decreciendo lentamente hasta que el día 22 de febrero los habitantes de Arequipa volvieron a ver los primeros rayos de sol. La emisión de cenizas terminó el 23 de febrero pero volvió a reactivarse el día 25. La oscuridad volvió a cubrir la zona de Arequipa durante 40 horas. Estas intermitencias continuaron hasta el día 15 de marzo, pero el sol no volvió a lucir con plenitud hasta el 2 de abril.  Los temblores de origen volcánico se prolongaron durante más de ocho meses, con 3-4 eventos perceptibles por día.

La erupción causó una gran devastación en la zona: Arequipa y la cercana población de Moquengua quedaron arrasadas. Los habitantes de Quinististacas y de Omate, a 11 y 16 km respectivamente  del Huaynaputina, murieron abrasados y sepultados por un flujo piroclástico, como otra Pompeya. Tampoco hubo supervivientes, según los cronistas de la época,  en seis  poblaciones indígenas cercanas al volcán: Omate, Lloque, Tarata, Colaña, Chec y Quinistaca (fig. 4 ).  Más adelante veremos como la arqueología actual eleva esta cifra a diecisiete. Estos flujos piroclásticos embalsaron también las aguas del río Tambo que, al ser verano, tenía un caudal importante. Según Bernabé Cobo:

“…la lluvia de piedras inflamadas que arrojaba el volcán en ellas, se calentó el agua de suerte que hervía como lo hace una caldera puesta al fuego, con que se coció cuanto pescado había en el río y lo que al entrar en la mar alcanzó su agua, y así se hallaron en las riberas de la mar grandes montones de lisas, pejerreyes, camarones y otros pescados cocidos, que las olas echaron fuera…”

   Otra terrible catástrofe inducida por la erupción fue la formación de un gran lahar (avalancha de barro por fusión de la nieve) que llegó hasta la costa del Pacífico, situada a 120 km, arrasando todo lo que encontraba a su paso. Bernabé Cobo nos dice:

“…mas no es para pasar en silencio la notable furia con que corrían estas avenidas, que era tanta, que con ser la ceniza un polvo muy sutil y blando, robaba de manera la tierra por do pasaba, que dejaba en ella hecha como una madre de río…asolaron estas avenidas y corrientes de ceniza muchas heredades y tierras de labor, que no han sido de más provecho…”

Muchos fueron los animales muertos y surgió la amenaza de epidemia. En una carta conservada por los jesuitas de Arequipa se dice:

“…las vacas de quinientas en quinientas las hallan muertas. Lo que yo temo y temen así los médicos, como los que no lo son, es alguna peste o mal grave, porque ya todos del mucho polvo y continuo andamos como asmáticos…”  

A continuación, con los campos y la ganadería devastadas, llegó el hambre y las enfermedades. Muchos decidieron emigrar a otras regiones. Tampoco a los frailes les fue mejor. La economía local tardó 150 años en recuperarse.

Estas son las principales magnitudes de la erupción (Thouret et al., 1999):

  • Altura de la columna eruptiva:     33 –  37 km (troposfera y estratosfera)
  • Cantidad de ácido sulfúrico emitido: ≈ 70 millones de tn
  • Volumen total de materiales emitidos:    10 – 13 km³
  • Volumen de las erupciones plinianas:  6,9 – 8,1 km³
  • Volumen mínimo de lavas: 3,8 – 4,3 km³
  • Volumen mínimo de fragmentos líticos: 1 km³
  • Volumen de ignimbritas (flujos piroclásticos):   1,2 – 2,4 km³
  • Alcance mínimo de los flujos piroclásticos en el valle del rio Tambo:  45 km
  • Alcance del lahar hasta la costa del Pacífico: 120 km
  • Extensión cubierta (> 1 cm) por materiales de caída de la erupción pliniana: ≈115.000 km²
  • Extensión cubierta por cenizas: ≈360.000 km²
Fig. 4.-  Mapa de isopacas (espesores de cenizas) de la erupción del Huaynaputina en 1600
                   (Instituto Geofísico del Perú)    

La historiadora María Eugenia Petit-Breuilh publicó (2016) un excelente resumen sobre la respuesta  religiosa de la población durante la crisis volcánica que pasamos a sintetizar.

La  erupción tuvo lugar precisamente durante la Cuaresma de ese año y los cristianos creyeron que era el fin del mundo bíblico. Hay que advertir que tardaron diez días en saber que se trataba de una erupción volcánica. Mientras tanto vivían entre la oscuridad solo rota por los relámpagos, cenizas, ruidos subterráneos y explosiones desconocidas. Era la auténtica imagen del infierno tal como los frailes lo describían y pintaban en sus retablos a finales del  S. XVI, incluido el olor a azufre… y muchas de las casas se derrumbaban por efecto de los terremotos y el peso de la ceniza en los tejados.

Fueron temerosos en masa a las iglesias y conventos según el jesuita Bernabé Cobo “a pedir el perdón de Dios por sus pecados” ante un final que parecía inminente. Debido a la incapacidad de los sacerdotes de confesar a tanta gente de manera individual, se organizaron confesiones públicas. También se ejecutaron rogativas, exorcismos, via crucis y se pusieron las imágenes de algunos santos en las torres de los campanarios para conjurar y aplacar la ira del volcán.

El sábado 19 de febrero, en pleno paroxismo pliniano, se inició el rezo de la “letanía de Nuestra Señora” para pedir que intercediera ante el Altísimo y se organizó una procesión con la imagen de Sta. Marta, que había sido declarada ya en 1455 patrona protectora de Arequipa ante terremotos y trueno. Ese mismo día los jesuitas organizaron un “santo exorcismo con el santo Lignum Crucis y todas las reliquias que sacamos”, dado que según el cronista Guamán Pérez de Ayala (1615) la erupción estaba asociada con el Maligno (fig. 5).

Fig. 5.-  Crónicas de Guamán Pérez de Ayala (1615) sobre la destrucción de la ciudad de Arequipa. El fuego y la ceniza caen sobre la Iglesia Mayor (1558) situada en la Plaza de Armas y arruinada durante  la erupción.

El domingo 20 de febrero, con el fin de reforzar el exorcismo de los jesuitas, todas las órdenes religiosas se unieron para realizar también exorcismos en sus respectivos conventos. Al día siguiente,  lunes 21,  se organizaron dos procesiones: una que sacó al Santísimo Sacramento por la plaza de  Armas y una segunda, esta vez procesión de sangre, con la imagen de Sta. Marta. Fray Diego de Ocaña la describe de la siguiente manera:

“…derramóse mucha sangre, todos los niños y mujeres con piedras en las manos dándose golpes en los pechos y todos dando voces y gritos con lágrimas en los ojos, no habiendo rostro de ninguna persona enjuto por de duro corazón que fuere…”

Este hecho lo reafirma el cronista Martín de Murúa (1613) añadiendo que el sermón de ese día corrió a cargo del prior del convento de S. Agustín, fray Diego Pérez.

Los actos religiosos prosiguieron y el 25 de febrero tuvo lugar un triste acontecimiento: colapsó el techo de una parte de la catedral, donde se guardaban las imágenes que se sacaban en procesión. Los que actuaban como intermediarios entre los pecadores y la divinidad habían quedado destruidos. Mal presagio!   Estaba lloviendo, se llevó a cabo un nuevo exorcismo y se conjuraron las negras nubes con el tañer de las campanas, como era costumbre en España en estos casos.

El sábado 26 de febrero, a las 14.00 horas, salieron doce sacerdotes con doce relicarios “…con grandes reliquias y huesos de santos; iban todos los sacerdotes descalzos…” La procesión finalizó a las 18:30 y, a continuación, se organizó una segunda desde el convento de Sto. Domingo con el Cristo de la Vera Cruz y la imagen de Nuestra  Señora del Rosario.

El domingo 27 por la mañana salió otra procesión de la iglesia de S. Agustín y el lunes 28 se realizó el último exorcismo con repique de campanas. Desde el día 5  hasta el lunes 13 de marzo se ofició una novena de misas cantadas a Sta. Marta y a la Virgen de la Consolación. El día antes, el 12 de marzo tuvo lugar el último episodio explosivo con emisión de flujos piroclásticos. Al día siguiente finalizaba la novena a Sta. Marta, apareció el sol y el volcán se fue calmando progresivamente hasta el 2 de abril que lució el sol con plenitud. La crisis había terminado y Sta. Marta, patrona de Arequipa frente a terremotos y truenos, había intercedido ante Dios por su ciudad y salvado a muchas de sus gentes.

El obispo de Cuzco, Antonio de Raya Méndez de Navarrete, de quien dependía la ciudad de Arequipa, aportó 10.000 pesos de limosna en forma de alimentos y plata a repartir entre los necesitados, que eran todos.

Hemos visto la reacción de la Iglesia y de los cristianos…pero ¿cómo interpretaron la crisis volcánica los indígenas andinos?

Con la llegada de Pizarro a estas latitudes en 1532, arribaron también los misioneros que intentaron comenzar a evangelizar a los indígenas locales de etnia quechua y aymara. Al igual que todavía sucede hoy en día en la península de Yucatán y Guatemala, la iglesia permitió una mezcla de cultos entre las creencias andinas y los rituales cristianos con el fin de ir gestionando la transición religiosa.

Cuando tuvo lugar la erupción del Huaynaputina, la población indígena se cuestionó su adhesión a la fe cristiana y consideró que habían traicionado a sus dioses ancestrales. Era la venganza de la Pacha Mama, la Madre Tierra, y de Tunupa, el dios del rayo que habitaba en los volcanes. Además de controlar volcanes y rayos, lo hacía también sobre las aguas y los huaycos (corrimientos de tierra). Era el dios clave ante los desastres naturales.

Por otra parte, la crisis de fe de la población indígena se acrecentó al ver que el Dios y las imágenes de los conquistadores no hacían caso a las continuas rogativas organizadas por los poderes eclesiásticos y civiles. Es más, como Dios no les hacía caso tenían que recurrir a neutralizar a los demonios, el poder antagónico,  con exorcismos. Una clara falta de empatía entre Dios y los hombres.

Los cronistas narran que los indígenas comenzaron a vestirse con sus ropas tradicionales, a comer y embriagarse con chicha como tenían costumbre antes de la llegada de los españoles, renunciar a su nombre cristiano y regresar al propio, hacer sacrificios a sus antepasados y suicidarse lanzándose vestidos con sus mejores ajuares al interior del volcán. Martín de Murúa escribe:

“…antes de que reventase el volcán, en la furia de los temblores, mucha gente de estos pueblos a la falda del cerro, ofrecieron lanas de colores y otras cosas que solían antiguamente, y algunos indios e indias desesperando se arrojaban vivos en las quebradas y concavidades que se iban abriendo del volcán…”

El jesuita Bernabé Cobo:

“…otros de los habitantes de los pueblos cercanos al volcán, por librarse de congoja y de otra muerte más penosa, se ahorcaron.”

Y Vázquez de Espinoza:

“…los indios al principio de la tempestad se retiraron a un alto cerro, muchos de los cuales se decían idolatraban en él y le hacían sacrificios en él al demonio, ofreciéndole en tiempos indios que echaban en el volcán para que los tragase…”

En la zona andina, de manera ancestral, siempre ha habido una conexión espiritual entre el indígena y el volcán, debido a la creencia de que en ellos habitaban los ancestros con divinidades como Tunupa. El despertar de un volcán, que en los Andes es siempre explosivo, era la prueba de su enfado por haber aceptado la presencia de los españoles. Estos, por el contrario, creían que los suicidios eran actos de cobardía frente al desastre.

Ante esta situación, muchos indígenas huyeron o se escondieron. Precisamente ellos eran los encargados de limpiar los tejados de ceniza y piroclastos, así como las acequias que suministraban agua a la ciudad. Si huían tampoco podrían ayudar a los españoles en la reconstrucción. El Corregidor intentó frenar el éxodo dándoles comida, pero la medida no surtió efecto ya que la erupción era el castigo de los dioses por haber aceptado la presencia de los españoles con otro Dios. El Corregidor entonces, pasó a castigarlos. El cronista Vázquez de Espinoza escribe…

“…que los indios andaban con agorerías y hechicerías y que con falta de fe decían que el mundo se acababa y que pues se morían, se comiesen y bebiesen cuanto tenían; el Corregidor puso algún remedio prendiendo a los que andaban desmandados…”

En la actualidad, el Huaynaputina sigue siendo un edificio volcánico modesto frente a los seismiles que lo rodean. No tiene un perfil topográfico destacado y cuenta con tres cráteres contiguos colindantes de 70 a 150 m con actividad fumarólica, que se disponen sobre una meseta de una altura media de 4.200 m, alcanzando los 4.850 su punto más elevado (fig. 6), pero sigue catalogado como un potencial volcán activo.

Fig. 6.- El actual cráter triple del Huaynaputina (INGEMMET, 2018)

Han pasado más de 400 años del desastre y ahora Arequipa es, quizás, la ciudad más bonita del Perú con bellos edificios coloniales. El 30 de agosto de 2015, los medios de comunicación  anunciaron que el Gobierno “ desenterrará los diecisiete poblados indígenas que, según los arqueólogos, fueron sepultados por los flujos piroclásticos del Huaynaputina en el año 1600: Quinistacas, Omate, Coporaque, Quinistaquillas, Tassata, Escobaya, Hanvasi, Cupilaque, Coalaque, Yamana, Acambaya, Jurama, Laji, Chica, lloque, Colona y Checa. ” Ha sido llamado el Proyecto Huayruro, la Pompeya peruana, que ha comenzado ya a desenterrarse bajo el auspicio de Instituto Geológico Minero y Metalúrgico (INGEMMET) y el Instituto Geofísico de Perú (fig. 7).

Fig. 7.- Ruinas desenterradas de la ciudadela inca de Estagagache. En la parte superior de la foto de observan los depósitos blancos del flujo piroclástico que las cubrían (INGEMMET, 2018)

La erupción del Huaynaputina puso en jaque la autoridad de la Corona de Felipe III. Ni el entonces 9º Virrey de Perú Luis de Velasco y Castilla, el arzobispo de Lima Toribio de Mogrovejo y el prelado de Cuzco, Antonio de Raya Méndez de Navarrete, pudieron y supieron gestionar la crisis volcánica. La iglesia de Arequipa retrocedió a 1540 cuando Pizarro fundó la ciudad y tuvo que comenzar de nuevo el proceso evangelizador al haber perdido toda credibilidad ante la población indígena quechua y aymara. El autor de estas líneas puede afirmar con conocimiento de causa que en muchas zonas andinas todavía no lo ha conseguido, de la misma manera que tampoco ha sido posible con la población maya de Yucatán, Chiapas, Guatemala y Honduras.

Hasta aquí la crónica de lo acontecido en el Perú, pero…qué efectos tuvo esta gran erupción histórica en otros lugares del mundo?. Una columna eruptiva de 35 km de altura,  8 km³ de materiales finos inyectados en la troposfera junto con 70 millones de toneladas de ácido sulfúrico, necesariamente han de tener consecuencias.  Al otro lado del Pacífico,  dos países  nos ofrecen la respuesta: China y Corea. Los historiadores Fei y Zhang de la Universidad de Shanghai y Lee de la Universidad de Hong Kong nos lo detallan en un documentado trabajo publicado en 2016 que, además, compara estos resultados históricos con estudios propios de dendrocronología de los anillos de crecimiento de los árboles en China (fig.7)

China y Corea, desde tiempos ancestrales han dispuesto de miles de cronistas que describían de manera minuciosa todo cuanto acontecía. En China, las copias de sus escritos se guardan en la biblioteca de Shanghai y en las de las universidades  de Fundan (Shanghai) y  de Ciencia y Tecnología  de Hefei. En Corea, los Anales de la dinastía Choson, integrada por 1.893 volúmenes, cubren los acontecimientos desde 1392 a 1910, con la particularidad de que están escritos en chino clásico y adoptan también el calendario lunar chino, por lo que la cronología es idéntica.

En el año 1.600 de nuestra era, en China reinaba Zhu Yijun, XIV y último emperador de la dinastía Ming, llamado Wandi (diez mil calendarios), que era el nombre de la era de su reinado (1572 -1620).  Corea estaba bajo el mandato del rey Seonjo, decimocuarto rey de la dinastía Choson, que gobernó entre 1567 y 1608.  Su reinado está detalladamente explicado en 263 volúmenes de los 1.893 que cubren los 500 años de su dinastía y constituyen las fuentes de este trabajo.

Los sucesos narrados en ambos países son coincidentes. La erupción del Huaynaputina comenzó el 19 de febrero de 1600. En Perú era verano y en China y Corea pleno invierno. Un año después, la primavera, verano y  otoño de 1601 resultaron muy anómalos en China y Corea (fig. 8): fueron muy fríos, no hubo deshielo en las montañas, se helaron las cosechas y la gente vestía con ropa de abrigo. Entre el invierno de 1601 y el de 1602 no hubo estaciones intermedias.

Fig. 8.- Zonas en las que las crónicas indican primavera y verano muy fríos (Fei, J. et al, 2016)

Como consecuencia, la agricultura quedó muy dañada y faltó la comida para animales y personas. Los precios subieron de manera desmesurada y comenzó una gran hambruna generalizada. Las crónicas narran terribles epidemias en las provincias de  Anhui, Zhejiang, Fujian, Jiangxi, Hunan, Yunnan, Shanxi y Guizhou con miles de muertos (fig. 9). En algunas provincias, como la de Shanxi, las epidemias se prolongaron hasta la primavera de 1602.                                       

Fig. 9.- Zonas de epidemia y predominancia por estaciones  en 1601 (Fei, J. et al, 2016)

En la península de Corea las consecuencias fueron las mismas. La primavera y el verano de 1601 fueron sombríos, casi sin sol, y muy fríos. Las crónicas narran que a mediados de verano comenzó el calor pero vinieron grandes lluvias y se acrecentaron las epidemias.

Las cenizas y gases del Huaynaputina habían circulado por la troposfera, cruzado el Pacífico y llegado hasta el continente asiático. Gracias a la minuciosidad de sus gobiernos, conocemos la historia. Pero hay más crónicas y estudios:

  • En Rusia el invierno de 1601-1602 fue extremadamente frío y murieron más de 500.000 personas en la que se considera la mayor hambruna de la historia rusa. Hubo una importante crisis demográfica y el zar Boris Gudunov otorgó a los terratenientes el permiso de persecución a  los campesinos fugitivos y retiró a estos el derecho a cambiar de amo. Las revueltas populares destronaron al zar, que murió en 1605.
  • En los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) el invierno de 1601 fue el más frío de los últimos 500 años. El puerto de Riga quedó completamente congelado.
  •  En Suecia, las nevadas de 1601 fueron muy intensas y el deshielo del verano dio lugar a las mayores inundaciones de su historia.
  • En toda Escandinavia e Islandia el sol del verano de 1601 quedó muy atenuado por una constante y densa calima, hasta el punto que no se generaban sombras. En toda Europa central durante todo el año 1601 y hasta julio de 1602 el sol y la luna aparecieron rojizos y borrosos por el polvo en suspensión.
  • En Suiza el invierno de 1601 fue el más frío entre 1525 y 1860
  • En Francia la vendimia de 1601 está entre las siete más tardías entre 1500 y 1700.
  • Un estudio de dendrocronología llevado a cabo en la Sierra de Guadarrama (Génova, M., 2012) pone de manifiesto que entre los mínimos de crecimiento de los anillos de los pinos, el intervalo entre 1600 y 1602 es uno de los mas acusados, siendo el año 1601 el mínimo de toda la cronología regional.

Pero hay datos todavía más definitivos sobre la importancia de la erupción:

En la década de los 60  comenzaron a realizarse  sondeos profundos a testigo continuo  en los hielos de Groenlandia y de la Antártida con el fin de estudiar la historia de los cambios climáticos que, al igual que sucede en los anillos de crecimiento de los árboles, pueden aportar una información valiosísima. Este tipo de estudios están cada vez más extendidos.

En el caso que nos ocupa, las grandes erupciones volcánicas pueden quedar reflejadas en los hielos tanto en forma de bandas de cenizas microscópicas como de un incremento de la acidez del hielo por la presencia de ácido sulfúrico, producto final de la reacción de los gases  azufrados (SO₂ y H₂S) emitidos por el volcán con la humedad atmosférica.

Las grandes últimas erupciones con VEI 6 como las del Tambora (1815) y Krakatoa (1883) constituyen excelentes marcadores en los polos de ambos hemisferios, pero nuestro Huaynaputina también, y constituye el mejor marcador del  siglo XVII.

Es la mejor prueba de la violencia de una explosión cuyas cenizas y gases circularon por todo el planeta arruinando religiones, generando un largo invierno que provocó hambrunas y epidemias y hasta doblegó a uno de los zares más conocidos de la historia rusa. El modesto y escondido Huaynaputina sigue activo…

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¡Esperamos veros muy pronto!

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