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Capítulo 1: Historia de las ballenas, marinas y terrestres


Por Marta Pino Larrío

Corría el año 1851 cuando Herman Melville publicaba Moby Dick, primero en Inglaterra y poco más tarde en los Estados Unidos. La novela fue un absoluto fracaso comercial. La crítica se ensañó con Melville, que tenía en aquellos momentos treinta y dos años, diciendo que tanto él como su ballena deberían terminar donde les correspondía: en el fondo del mar. Además, los tres mil ejemplares que se imprimieron en su primera edición no llegaron jamás a agotarse. Un par de años más tarde, todos los libros que no se habían vendido fueron devorados por las llamas en el incendio que se desató en el almacén donde se conservaban. De esta manera, se perdieron unos ejemplares que hoy serían considerados de valor incalculable.

Tanto la vida de Melville como la de sus criaturas, la ballena, Queequeg, el capitán Ahab y todo el resto de la tripulación del Pequod merecen, por sí solas, cincuenta artículos mucho más largos que éste. No en vano hoy se considera a Moby Dick como la gran novela americana: más de seiscientas páginas de viajes, aventuras y bellísimas descripciones del océano y la vida marinera lo justifican sobradamente. Sin embargo, quiero centrarme en uno de los capítulos que más llama la atención hoy en día: el trigésimo primero, titulado Cetología. En él, Melville hace un paréntesis en su narración para resumirnos, por boca de Ismael y en apenas veinticinco páginas, el conocimiento anatómico y sistemático sobre las ballenas que se poseía a mediados del siglo XIX. Menciona al barón Cuvier, a Linneo y a un sinfín de otros naturalistas considerados como expertos en su época. Y es aquí donde Ismael los refuta a todos con estas palabras:

“Debe saberse ahora que, rechazando todo argumento, me atengo a la vieja afirmación de que la ballena es un pez, y apelo al testimonio sagrado de Jonás para que me respalde”.

Y, algunas líneas más tarde:

“En pocas palabras, la ballena es un pez surtidor con una cola horizontal. Ahí lo tenéis. Aunque condensada, esta definición es el resultado de extensa reflexión”.

Melville no era naturalista. Su padre, miembro de una familia de prósperos comerciantes de Nueva Inglaterra, se arruinó cuando él era todavía un niño y, aunque pasó por varios colegios y academias, jamás completó sus estudios. Sin embargo, tampoco era un hombre cualquiera. Con veinte años había abandonado su casa de Albany para embarcarse como grumete en un barco mercante y, aunque la vida marinera se le había antojado mísera, al volver a casa no encontró trabajo y se vio obligado a partir de nuevo rumbo a los Mares del Sur. Su conocimiento sobre las ballenas y otros animales del mar se basaba en lo que había visto durante sus peripecias, y como tal debería valorarse como observación de campo; sin embargo, hoy sabemos que las ballenas no son peces. La Biología, la Geología y la Paleontología han avanzado lo suficiente como para contarnos la sorprendente historia evolutiva de los animales más grandes de nuestro planeta.

Al contrario que la hipótesis de Melville, las ballenas y sus parientes, los delfines y las marsopas, son mamíferos. El registro paleontológico nos ha permitido hacer un seguimiento de sus antepasados hasta llegar al Mesozoico, la llamada Era Secundaria o Era de los Dinosaurios.

Hay un detalle importante a tener en cuenta, y es que los mamíferos somos descendientes de un diminuto ancestro llamado Morganucodon. Era éste un animal similar a nuestras musarañas o ratones actuales, aunque no era ni uno ni otro, sino un pariente primitivo. Todos los mamíferos actuales, desde la ardilla hasta la ballena azul, pasando por el rinoceronte, la morsa y el ser humano, somos tataranietos de Morganucodon. Éste, a su vez, era descendiente de una familia de extraños reptiles mamiferoides de la era anterior, el Paleozoico, llamados cinodontes, o cinodontos; pero eso ya es una historia para otro día.

Ha llovido mucho desde los tiempos en que Morganucodon correteaba, tan discretamente como podía, entre las patas de los primeros dinosaurios. Hablamos del Triásico superior, nada menos que hace doscientos millones de años.

En la época de los dinosaurios el aspecto de los mamíferos no era tan variado como hoy en día. Todos eran animales más o menos similares a ratones o comadrejas, generalmente insectívoros o carnívoros, y el más grande de todos sus representantes, el Repenomamus giganticus hallado en China, medía un máximo de 1,2 metros de largo. Sin embargo, pasado el Mesozoico y tras la extinción de los dinosaurios, los mamíferos experimentaron una radiación (que es como llamamos a una gran ocupación de territorios y nichos ecológicos por parte de una familia de seres vivos, que tiende a especializarse y diversificarse de manera rápida en términos geológicos). El impacto de un meteorito había provocado la desaparición de los dinosaurios y el hito del paso del Mesozoico al Cenozoico (era Terciaria).  Una nueva Era, en la que los mamíferos comenzarían a expandirse por falta de competencia, como reyes de la Evolución.

En los años 70, se hallaron en los estratos inferiores del Eoceno de Pakistán (que datan de hace entre 54 y 40 millones de años) los restos fósiles de algo que se parecía a un perro. Tenía un cráneo muy similar al de un lobo, pezuñas y cola gruesa. Pero había algo más que llamó la atención de los paleontólogos: una estructura auditiva que era única de las ballenas. Además, sus dientes eran cónicos, como los de los cachalotes actuales. Es por ello que se decidió que el animal pakistaní se llamaría Pakicetus (“ballena de Pakistán”) y que correspondía a la familia de los cetáceos. He aquí al primer antepasado “reconocible” de las ballenas actuales.

Pakicetus, parece ser, era un animal terrestre que vivía cerca de las orillas del mar. En su época la comida escaseaba, así que comía peces muertos que iban a parar a la costa y, a veces, los que él mismo cazaba en aguas muy superficiales. Como no era un anfibio ni sabía nadar muy bien, con toda probabilidad era presa fácil para cualquier carnívoro marino que se acercase a tierra. Como imaginaréis, el aspecto externo de este animal no tenía aún nada que ver con una ballena azul o una orca.

No obstante, si avanzamos unos 6 millones de años, encontramos al descendiente de Pakicetus, Ambulocetus. Y no, aún no parece una ballena, sino más bien una nutria con un hocico gigantesco. Pero, al igual que la nutria, al menos podía nadar. Tenía patas peludas y palmeadas: hablamos, ahora sí, de un animal anfibio. También era sustancialmente más grande que Pakicetus, ya que éste tenía el tamaño de un lobo, y Ambulocetus podía llegar a los tres metros de largo; y sus dientes, nariz y oídos se parecen aún más a los de la ballena. Poseía, además, una adaptación nueva en su línea evolutiva: una garganta que le permitía tragar bajo el agua.

Reconstrucción de Ambulocetus, un cetáceo del Eoceno medio.
Fuente: favpng.com. Autor/a: karnlidi7.

Aproximadamente un millón de años más tarde, aparece sobre la Tierra Maiacetus, un cetáceo primitivo que, si bien seguía siendo anfibio, toda su actividad transcurría en el mar. Aunque tenía patas bien desarrolladas, era bastante más torpe en tierra que en el agua, a la manera de las focas. Como se puede comprobar, especie a especie, los antepasados de las ballenas se van acercando al mar.

Viajamos más adelante en el tiempo: Eoceno medio, hace unos 45 millones de años. Una criatura de cinco metros llamada Dorudon surca el océano de Tethys. Posee patas traseras, aunque pequeñas y atrofiadas. Son vestigiales, una reminiscencia de sus ancestros que caminaban en tierra firme. Dorudon, al igual que Maiacetus, Ambulocetus y sus otros antepasados, tiene dientes cónicos como los del cachalote y el delfín, pero posee otra particularidad de la que carece el resto de su familia: sus fosas nasales han retrocedido a la parte trasera de su cabeza. ¿Os dice esto algo? ¿Tenéis en mente la imagen de la ballena emergiendo de las aguas para expulsar un chorro de agua por la nuca?

Dorudon era uno de los primeros representantes de la familia de los basilosáuridos. Pese a que “basilosaurus” signifique “rey reptil”, no os dejéis engañar. Nada tienen que ver nuestro Dorudon y parientes con los reptiles ni los antiguos dinosaurios, pero no parece descabellado que los paleontólogos que dieron por primera vez con sus restos en el yacimiento egipcio de Wadi Al-Hitan (Valle de las Ballenas), allá por mediados del siglo XIX, atribuyeran los dientes puntiagudos y cuerpo fusiforme a alguna clase de reptil marino o, incluso, a un cocodrilo ancestral. Como podéis ver, Herman Melville no era el único que juzgaba por las apariencias.

Así pues, y para acabar nuestro viaje, vayamos ahora a las maravillas que nos ofrecen los estratos antárticos del Eoceno superior, que datan de hace unos 38 millones de años. Un esqueleto fósil de doce metros de largo nos cuenta la historia de Llanocetus, una ballena hecha y derecha y uno de los últimos cetáceos que aparecieron en esta época. Era un animal completamente acuático, al igual que Dorudon, y se alimentaba de plancton.  Los científicos lo han identificado como una ballena de tipo misticeto (es decir, ballenas con barbas, como la ballena azul). Llanocetus no tenía barbas pero se le considera perteneciente a esta categoría debido a que su tipo de alimentación era el mismo que el de los misticetos actuales, y es además antepasado directo. Sus fosas nasales se encuentran ya incluso detrás de sus ojos, al igual que ocurre en la ballena de Groenlandia, la ballena jorobada o el rorcual común.

Y, volviendo a Melville: él mismo menciona la existencia de una cola horizontal. ¿Os habéis fijado en cómo se mueve un tiburón? Al igual que cualquier otro pez, el tiburón menea la cola de un lado a otro para desplazarse. La ballena y el delfín lo hacen de arriba abajo… exactamente igual que las personas cuando nadamos. ¿Habéis intentado alguna vez moveros en el agua lanzando las piernas juntas hacia los lados? Puede que los mamíferos tengamos una cierta libertad de movimiento en ese sentido, pero nuestra columna vertebral no está hecha para moverse así. En los cetáceos, ya Pakicetus poseía esta característica, teniendo en cuenta que él, al igual que sus antepasados, era un mamífero terrestre. Esa continúa siendo una de las diferencias principales entre un pez y un mamífero.

La cola plana de la ballena, un animal mamífero que mueve su columna de arriba abajo

Ha habido más especies posteriores a Llanocetus que han formado parte de la dinastía de las ballenas, y muchas otras intermedias de las mencionadas. Algunas evolucionaron para dar lugar a nuestros cetáceos; otras pertenecían a familias que desaparecieron por el camino. Sólo unas pocas quedan hoy en día, y de ellas, muchas se encuentran en peligro de extinción debido a la caza o por la alteración de sus espacios naturales (el ruido de los barcos, por ejemplo, supone una auténtica amenaza para animales que dependen de los ultrasonidos para orientarse, comunicarse y comer). La esperanza para ellas se halla en las moratorias de caza y en la actividad conservacionista por parte de muchas organizaciones, pese a que, incomprensiblemente, países tan cultos como Japón, Noruega o Islandia continúen sin aceptar estas moratorias.  Los tiempos de las grandes cacerías pasaron, y el capitán Ahab es hoy el representante de un oficio casi desaparecido.

Hope, la ballena azul del Natural History Museum de Londres, actualmente en exposición. Fotografía de la autora.

Herman Melville murió en 1891 siendo un escritor olvidado y pobre, y su obituario en el New York Times menciona su novela más famosa como “Mobie Dick”. No fue hasta iniciado el nuevo siglo que una serie de jóvenes intelectuales británicos rescataron su narrativa y la elevaron a la categoría de obra maestra de la literatura universal. Y Moby Dick pervive, no solamente como uno de los mejores relatos de aventuras jamás escritos, sino también como el mejor tratado de ballenería del siglo XIX del que se tiene noticia. Baste decir que si bien Melville, el marinero, el vagabundo, el escritor fallido, no acertó en su categorización de la ballena como parte de la familia mamífera, sí supo transmitir como nadie la estremecedora insignificancia del ser humano frente a la criatura más grande que jamás ha poblado los mares.

Evolución de las ballenas con algunos de sus antepasados.
Fuente: favpng.com. Autor/a: funnymotto1850.

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