
Por José F. Albert – Dr. en Ciencias Geológicas.
En Ariki Travel apostamos por el turismo científico divulgativo. No seríamos consecuentes con nuestro trabajo de divulgadores de la Ciencia si no lo hiciéramos también con la pandemia que nos está azotando oficialmente desde el pasado mes de marzo.
Ciencia, religión y política han sido siempre un trinomio perverso durante toda la Historia. Ciencia y religión nunca han ido de la mano. La competencia entre la razón y la fe ha sido siempre cruel. Podríamos citar el asesinato de Hipatia, última responsable de la biblioteca de Alejandría en el año 415 a manos de los cristianos coptos y su posterior destrucción entre la revuelta cristiana y las huestes del califa Omar de Damasco. Continuar con la brutal actuación de la Inquisición durante el Renacimiento, que condenaba a la hoguera o a la cárcel perpetua cualquier aseveración que contradijera la interpretación bíblica (Giordano Bruno, Miguel Servet, Galileo…). Y finalizar con los problemas de Darwin, el jesuita Teilhard de Chardin y la crítica actual a la inseminación artificial o a los progresos de la genética.
Política y religión han ido desgraciadamente siempre de la mano, sea en competencia feroz o en absoluta complicidad. En el caso del Covid-19, la Iglesia ha estado desaparecida. La Ciencia, de la mano de las grandes farmacéuticas, se ha volcado por el gran negocio que supone la vacuna, aunque con un rigor muy discutible por el exceso de trabajos divulgados que implican su falta de revisión por expertos antes de ser publicados (reciente caso de la prestigiosa revista Lancet y la hidroxicloroquina).
Política y Ciencia es otro binomio antinatural. Los políticos, a lo largo de la Historia han despreciado siempre la Ciencia, salvo cuando la han necesitado para hacer la guerra o para obtener sustanciosos dividendos sobre patentes importantes. Los motivos, salvo raras y loables excepciones: un evidente sentimiento de intelectualidad recortada y el cortoplacismo que rige la vida de la normalmente efímera clase política.
En el momento de escribir este blog (mediados de junio de 2020), tenemos un importante problema de solape de la política sobre una Ciencia cuestionada por exceso de opiniones y datos no contrastados. La Ciencia necesita su tiempo y los políticos, como ya hemos expresado, urgen velocidad. No queda otra solución, por tanto, que avanzar en el conocimiento del virus y de su transmisión con la metodología ensayo-error. Vayamos al caso concreto…
Una vez conocida la vía de transmisión y ante la falta de una solución médica para afrontarla, el mejor remedio es el distanciamiento y la mascarilla. Es uno de los pocos hechos incuestionables por el momento.
En este contexto se pretendió que los aviones funcionaran al 50% de su capacidad. Las compañías aéreas, lógicamente, defendieron su negocio explicando al mundo y a los políticos que el aire interior de un avión se renueva cada tres minutos y que se habían instalado filtros HEPA absolutos. Con esta justificación consiguieron, a mediados de mayo, que la UE permitiera la ocupación del 100% de su capacidad, siempre con mascarilla.
Los trenes europeos, algunos reestructurados o parcialmente privatizados en la década de los 80, siguen teniendo una componente estatal importante en muchos países. La UE, lógicamente, incluye el transporte ferroviario con la misma normativa: permiso de ocupación total con mascarilla.
Y llegamos al fondo de la cuestión. Los autobuses reclaman el mismo trato, bajo la amenaza de rebajar el salario de los conductores un 50% si sus plazas quedan reducidas a la mitad. Resultado para no entrar en conflicto: el mismo trato que al avión y el ferrocarril. Todo sea por el bien de la industria turística…
Pero ahí aparece de nuevo el mencionado solape entre la política y la Ciencia (adviertan que escribo Ciencia en mayúscula y política en minúscula). Imagino que casi todos los políticos tienen coche y que, en alguna revisión, les habrán cambiado el filtro del aire acondicionado, bien porque el aire olía, porque no enfriaba o, simplemente, porque les tocaba en la revisión de mantenimiento. Y habrán visto que el filtro es de papel y sale completamente sucio de polvo y polen. Evidentemente no es un filtro bacteriano porque sus poros son mucho mayores….y si pasan las bacterias a miles, los virus pasan a millones.
Un autobús es un vehículo con poca capacidad de renovación de aire interior comparada con, por ejemplo, la de un avión. Su sistema de ventilación introduce aire exterior dentro del habitáculo, que es depurado de polvo y polen mediante un filtro de celulosa y pasa al circuito de frío del aire acondicionado o a ser calentado si es invierno. El retorno al exterior se suele llevar a cabo a través de un circuito de expulsión diferente según la marca y la carrocería, pero que en ningún caso es tan eficaz ni eficiente como el de un avión o un moderno ferrocarril. A la baja capacidad de renovación hay que añadir su posible alta ocupación y la larga duración si se trata de trayectos turísticos interprovinciales. El aire interior del autobús no se renueva cada 3 minutos como en un avión. Esa atmósfera interior se va cargando con la respiración de los pasajeros, aunque lleven mascarilla, y si viajan 50, se cargará el doble que si viajan 25, independientemente de cómo vayan sentados.
La infección es siempre función de la carga viral (virus/ml o carga genómica/ml) que entra en el paciente. Cuanto mayor sea la carga viral, más grave será la infección. Y esta es una variable sobre la que se puede actuar.
Como era previsible, de nuevo la política ha solapado a la Ciencia y entramos en la metodología de ensayo-error, y al afortunado que le toque el virus en suerte y fallezca, habrá muerto por la Ciencia y nunca por la falta de información y previsión de los políticos que han dictado la lamentable norma de tratar los medios de transporte público con el mismo rasero, vayan por el cielo, sobre rieles o por carretera.
Conscientes de esta situación, el Sindicato Libre de Transporte remitió una carta al Ministro de Sanidad el pasado día 8 de mayo, manifestando su preocupación ante el desconocimiento del impacto que puede tener el COVID-19 en los sistemas de ventilación y aire acondicionado de los autobuses de transporte público y sugiriéndole soluciones. Sí ha habido respuesta, no la conocemos. El sector del transporte turístico mediante autobús y las agencias de viaje contratantes seguimos en la indefensión por falta de un protocolo adecuado. No obstante, estamos obligados a guardar las listas de clientes de cada viaje por si hay contagio.
ARIKI TRAVEL no puede ofrecer turismo científico sin ser consecuentes con el método científico. El malvado juego de azar que es el método ensayo-error no entra en nuestras previsiones. A partir del 1 de julio podrán darse dos situaciones: que algún pasajero de autobús se infecte y se establezca, por fin, una norma de obligado cumplimiento sin que nadie acepte las responsabilidades de la mala gestión inicial, o que quien escribe estas línea se equivoque, y el virus sea tan benevolente que no contagie a nadie. Ojala suceda esta segunda!!
Comunicamos, pues, a seguidores y clientes, que nuestras excursiones no comenzarán hasta que la seguridad de nuestros apasionados por la Ciencia esté completamente asegurada. Los volcanes, los dinosaurios, las pinturas rupestres, la Arqueología…pueden esperar, pues llevan miles o millones de años haciéndolo.
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¡Esperamos veros muy pronto!